¡Me niego!

Veía un vídeo donde una mujer contaba algo que le había sucedido en su lugar de trabajo, curioso, bien contado, simpático e incluso con moraleja y dar qué pensar. En una de sus últimas frases utilizó la palabra “mariconada” y, adivina: los comentarios no fueron por la historia o la moraleja, sino por la puñetera palabra. Atestiguo que estuvo muy bien utilizada, en su proporción justa, en el sitio adecuado, con la entonación correcta y sin ningún ánimo de ofensa, con naturalidad. Pues muchos que deben ducharse tres veces al día con estropajo, por aquello de la piel fina, sacaron de sus goznes una puerta que no había por qué abrir, ya que nadie tocó en ella. Y eso sí me dio qué pensar, llegando a la conclusión de que ¡me niego! Me niego a pedir perdón por mi uso del lenguaje; me niego a tener que medir cada una de mis palabras para no ofender a quien ni le va ni le viene la expresión utilizada, a eliminar la economía del lenguaje utilizando doble, triple o cuádruple sustantivo o adjetivo; me niego a esconder maravillosas palabras de nuestro idioma solo porque no son habituales o son consideradas excesivas para cierto nivel de ciudadanía.

Me uno a quienes abogan por elevar nuestro idioma y no seguir pateándolo con mediocridad y escasez de argumentos.

Me comprometo a aumentar mi vocabulario y a utilizarlo con dignidad y sensatez. Y si algún “ofendidito” aparece por el camino, armas como el sentido común o la ignorancia serán mi elección, no la rectificación, la disculpa o explicaciones que no son escuchadas por quienes portan la bandera de la corrección política.

Me he cansado de que la voz de la ignorancia elegida y orgullosa sea más alta que la de la ignorancia consciente, combustible impulsor del aprendizaje continuo y el respeto.