¿Cómo puedes sentirte tan solo entre tanta gente? Estás, pero no eres. El nombre, el expediente, la historia está sobre la mesa. No sabes debajo de cuántos o encima de cuántos. Mientras el nombre no esté arriba, no eres. Así que, observa, estudia, escribe, sé para tí, porque para los demás no eres.
Y no es malo, ni es bueno, simplemente es. Oyes nombres gritados al aire, buscan a alguien que no eres tú; las máquinas suenan, aparecen más personas, blanco, verde, azul, violeta…son de colores. Con bata los más buscados, sin bata los que más se mueven. Camillas, sillas, cortinas, ruedas… todo se mueve. Y no hay cobertura. Me gusta, no teléfono, no wifi, no ladrones de tiempo, porque aquí el tiempo es diferente; kronos y kairos cambian a su antojo.
¡Y son tantas las historias! Bonitas, graciosas, graves, tristes, para escribir enciclopedias sin parar. Triste fuente de inspiración, aunque en realidad no, porque hay esperanza en el aire, porque quieres salir mejor de lo que entraste, porque estás aquí para que te ayuden a sentirte mejor, aunque sabes que hay heridas que ninguna pastilla cura.
Y cuánto egoísmo a la par que solidaridad. El familiar de al lado te mira con condescendencia, con compasión, hasta que se dice tu nombre primero: entonces la cosa cambia. Su familiar merece atención antes que tú, faltaría más. Y todos quieren contar sus historias, exageradas casi siempre, minimizadas casi nunca.
Entre los de colores, buen humor. Hace falta, hay que crear una historia propia, por encima de cada historia que entra por la puerta. Porque son historias efímeras, pero SU historia se queda, cada día. Y esa historia es la que hay que alimentar y cuidar.
¡Y dicen el nombre! Y de repente sientes ganas de llorar. Tiene bata y tú eres alguien. ¡Gracias! Ahora me ves, ahora me escuchas, ahora me ayudas. Ahora YO SOY.